Como niña a la que le prometen ir al parque de atracciones y después la dejan sola en casa jugando y sin muchos juguetes que se diga. Así me he sentido este año con relación a las nuevas pruebas del BAC. Después de haberlas deseado, pedido, publicitado, sobre todo para darle valor a las actividades orales tanto de comprensión como de expresión; han sido un estrés permanente y ampliamente compartido con los alumnos. El dios de los profesores quiso que este año me tocara un grupo de terminale particularmente bueno y simpático. Tan lindos como los conejillos de indias que fueron.
El sentimiento de abandono vivido en mis carnes este
año viene de la falta de formación claro está. Solo fui invitada y cual
pariente pobre a última hora; a una “formación” al final del año escolar pasado.
En la misma fue justamente en donde escuché tantas promesas como en un mitin
electoral. Incumplidas. Pasó todo el año escolar y ni mis colegas ni yo fuimos
nunca convidados a la más mínima preparación (somos cinco y teníamos más de
cien alumnos en clase de terminale).
Como honestos profesionales que somos nos estudiamos
al dedillo y con fervor casi evangélico los textos del BO y las pocas
correspondencias enviadas por los responsables. El éxito de nuestros alumnos en
las pruebas orales es relativo pues no tenemos ningún parámetro de comparación.
Presentan en estos días las pruebas escritas que se nos escapan pero para la
que los preparamos lo mejor que pudimos con uñas, dientes y sentido común.
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