miércoles, 1 de octubre de 2008

No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.

Con ilusión y alegría, tras aprobar el difícil concurso nacional, pasé a la etapa de las prácticas. Creí erróneamente que esa sería la parte más fácil dada mi experiencia previa en la enseñanza. ¡Qué ilusa! En todo caso, en junio pasado pensé que la pesadilla había terminado y que años de estabilidad, prosperidad y ejercicio de mi amada profesión se perfilaban en el horizonte. ¡Qué ingenua! Tengo sólo doce horas del servicio de dieciocho que debería tener y eso quiere decir sólo dos tercios del sueldo, claro. Además, y porque todos los males vienen juntos, la mitad de las horas son en un colegio en donde soy una completa extra-terrestre, tratando de sobrevivir a las bestias, que ni un colegio en ZEP podría ser peor. ¿Qué me queda? La esperanza, esa de San Pablo y de todos los apóstoles de que será cosa pasajera. Y en un próximo regreso a clases, podré aspirar a tener las condiciones de trabajo que creo todos merecemos.

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