Hermano del padre o de la madre: Tío. Por extensión
también el marido de la tía.
Formo parte de esos casi 30 millones de venezolanos
que nos honramos llamando tío a ese señor con quien en realidad no nos une
ningún lazo sanguíneo o civil. El lazo sobre todo con los de mi generación, es
sin embargo, profundo e indeleble. Músico, compositor, cantante, animador de
televisión, caricaturista, humorista, folklorista, cuentacuentos, hombre de
llano, tío de todos. Tenía 85 años y llevaba con orgullo el sublime nombre de
Simón. Del Simón que nos liberó al Simón que nos enseñó.
En mi tierna infancia aprendí con el tío, gracias a su
recordado y exitosísimo programa “Contesta por Tío Simón” las más variadas
cosas. Pero sobre todo me enseñó como a muchos, el amor a nuestra tierra,
nuestra música, nuestra historia, símbolos, riquezas y gente. Más y mejor de lo
que pude aprender en la escuela. Si hasta participé en una versión escolar del
programa.
Para los lectores que no conocen, una parte de la
emisión consistía en un concurso donde los niños aprendían coplas escritas por
el tío, con temas sobre ecología, historia, cívica, geografía y pare usted de
contar, y el participante debía cantar la copla en lugar del artista. Incluso
los no se aprendieron de memoria todas las coplas, aprendieron escuchándolas y
bebiendo de las palabras de ese gran cuentista y maestro.
El más venezolanos de todos, pasó a ser universal
con ese Caballo Viejo que tantos han
cantado, cantan y cantarán, algunos sin ni siquiera saber de su autor. Yo
seguiré cantando mi favorita: la navideña pero intemporal Vaca Mariposa o el Becerrito como creo que la llamó él, continuaré
entonando Mi Querencia y enseñándole
a los franceses las tonadas de ordeño.
Simón Díaz, en mi voz, en mi recuerdo y en mi
corazón.
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